jueves, 12 de enero de 2012

Irene

Es tan pequeñita que lo único que te apetece es protegerla.
Podría estar horas sonriéndola, observándola, estudiando cada gesto, cada movimiento.
“Tiene los dedos muy largos, yo creo que va a ser pianista”; “tiene los pies muy grandes, seguro que calzará un 40”; “es igualita a su padre”... y mientras tanto, tumbada en la cama, no deja de mover su menudo cuerpecito, como si desease echar a correr.
Está rodeada de gente que la quiere, que la mira, que se ríe, pero ella nos ignora a todos, excepto cuando está molesta y nos hace escudriñarla aún más.
“¡Ssssh!, tranquila, no llores”, bajito, suave, como acariciándola con cada letra que se pronuncia, con cada mirada, con cada gesto. Estamos tan contentos.
De repente alguien me dice: “¿quieres cogerla?”. La sostuve en mis brazos por primera vez y después de un ratito se quedó dormida.
No protestó, ni extrañó otro regazo, ni se sintió incómoda conmigo. Me encantó.
De vez en cuando se sobresaltaba, respiraba entrecortado y se volvía a calmar, todo ello en un tiempo record y sin dignarse a abrir los ojos siquiera. Serena, apacible, feliz.
Hoy esa niña tiene ya 13 años. Entre nosotras hay una conexión especial, es como un hilo invisible que nos une. Es fantástico que así sea y me entusiasma saber que, pase lo que pase, nada podrá conseguir que eso cambie nunca. Seguro que vosotros también tenéis “una Irene”, “un Octavio”, o “un Pablo” cerca, disfrutad de ellos. Nos alegran la vida sin proponérselo.

No hay comentarios: