domingo, 25 de marzo de 2012

Todo en su justa medida

Texto extraído del libro: La Rosa de Los Vientos de Gonzalo Torrente Ballester.
“Le conviene conocer la historia del Regimiento del Lirio. Pues resulta que el Zar vio que en medio de una pradera cercana a su palacio había un soldado de guardia. Le preguntó por qué estaba allí, y el soldado respondió que no lo sabía, pero que en aquel lugar había siempre un centinela. El Zar investigó, nadie le supo dar razón, hasta que apareció un sargento retirado, algo cojo de una rotura antigua, que había oído contar de la Emperatriz Catalina que una mañana hallara un lirio en aquella pradera, y para que no lo pisotearan, había mandado poner el centinela, y como nadie revocara la orden, se seguía poniendo con nieve o con sol abrasador, desde entonces. De vez en cuando se moría un soldado pero esas muertes no desequilibraban la estabilidad inabarcable de la gran Rusia. El Zar, sin embargo, juzgó que, toda vez que al lirio lo habría matado algún otoño ya extinguido en fríos olvidados, convenía retirar al centinela, pero como el hecho merecía conmemorarse, ordenó que se labrase una estatua de la flor y del soldado y se instalase en aquel lugar para que la gente del Imperio tratara a las flores con los debidos miramientos. El escultor que se encargó del mármol, pese a ser un artista, o quizá por eso, pensaba con rigor y puesto que la causa del monumento había sido la flor, hizo el lirio del tamaño del soldado y el soldado del tamaño del lirio de lo cual no solo se admiró el Zar, sino los huesos de Catalina. Y sucedió que de pronto, en aquella pradera empezaron a brotar lirios, uno detrás de otro y cada día más, y hubo que poner a cada uno su guardia, según la tradición, y eran tantos los lirios y los soldados, que se organizó un regimiento especial, el Regimiento del Lirio, cuyos gastos figuraron en el presupuesto. Lo que entonces pasó fue que en el verano moría mucha gente de insolación, y en el invierno, de frío, y tantos soldados muertos ya se notaban en la incalculable Rusia. Y no por otra razón se pensó en construir una especie de galpón que los cubriese a ellos, a los lirios, al monumento y a la pradera, la cual, una vez cubierta, dejó naturalmente de dar lirios”
A veces por querer conservar algo tanto lo perdemos. No sobreprotejamos, no acaparemos, no retengamos a la fuerza, porque dificultaremos el desarrollo y la libertad, ya sea de hijos, parejas, amigos o lirios.

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