sábado, 23 de junio de 2012

Preceptos

No me gustan las leyes.
Ya sé que los que me conozcan estarán sorprendidos con mi declaración, puesto que procuro cumplirlas a rajatabla, pero lo hago porque saltármelas me haría sentir peor.
Aunque lo cierto es: que las odio.
Hasta ahora yo les atribuía poderes mágicos que he descubierto que no tienen. Llamadme ingenua, lo aceptaré. Pero todo lo que pensaba que debía ir unido a ellas resulta que cada vez se encuentra más alejado.
Me refiero, por ejemplo, al sistema financiero de este país: es legal pero no moral, una de las características más deseables para una ley: la moralidad.
Por otro lado, que algo sea legal no implica que sea justo.
Absoluciones inexplicables de tipos culpables hasta la médula, basadas en la aplicación estricta de las leyes, ponen de manifiesto que otra de las cosas, que yo consideraba indispensable e inseparable de una norma, (como la justicia), no parezca serlo tanto. 
Con lo cual, si las leyes no son morales, ni justas ¿qué tipo de personas las crean y con qué fin? No me contestéis. Ya conozco la respuesta. Sólo pretendía que la recordásemos todos.

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