Tuve una época, en mi juventud, en la que deseé hacerme un tatuaje. Me llevó mucho tiempo decidir que era lo que me iba a dibujar. Quería elegir algo que fuese original y que a la vez me definiese, y sólo se me ocurría: Un tomate, (debido a mi extremada timidez me pongo roja en seguida y esa fruta se identificará conmigo eternamente).
Pedí permiso y mis padres me lo denegaron. Yo que siempre me caractericé por mi docilidad y mi obediencia no llegué nunca a marcarme la piel.
De vez en cuando pienso en ello y me vuelvo a plantear el tema, pero siempre cambio el motivo; lo que me confirma que hice bien en no grabarme algo indeleble en el cuerpo. Tengo entendido que está de moda tatuarse palabras, pues hoy por hoy, la mía sería: relativizar.
Es un poco larga para ocupar el lugar que la correspondería, habría que elegir el sitio más accesible y visible que pudiera otorgarle; sólo así lograría tenerla presente cada minuto del día. Estoy convencida de que para conseguir ser feliz uno ha de tomarse las cosas con cierta distancia y no tan a pecho. Atenuar la importancia de los hechos nos proporcionará más alegría y más tranquilidad. Yo voy a ponerlo en práctica desde ya, aunque tenga que escribírmelo cada día con bolígrafo en el dorso de la mano.
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