domingo, 5 de agosto de 2012

Rarezas

Las personas son más felices dando que recibiendo. Esto se deduce de un estudio hecho por el Instituto Coca-cola de la Felicidad. Ignoro que grado de fiabilidad puede tener la susodicha institución, pero en lo que a mí respecta la aseveración se cumple.
Me encanta regalar, sin embargo, cuando se trata de aceptar un presente, paso algo de vergüenza. A ver, que dicho así suena un poco raro. No es que me ocurra siempre, todo depende de la cantidad de confianza que tenga con la persona que me agasaja y del obsequio en si.
Como norma general, el dinero es de las cosas que más me cuesta admitir. Por lo que uno de mis peores momentos llega con las propinas. Me superan. Si cuando recojo la mesa los comensales ya se han ido y me encuentro el dinero en el platillo, pues genial. Ahora, si la persona que me paga hace notar, de alguna manera, que: “Eso que sobra es para ti”, o se levanta y me agradece efusivamente los servicios prestados y me da el dinero en mano, pienso: “trágame tierra”.
Luego medito ¿será normal sentirse así, habrá más de uno al que le pase algo remotamente parecido a esto, o soy una especie en extinción?

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