lunes, 24 de septiembre de 2012

Carpe diem

Winston Churchill dijo una vez: “Pasé más de la mitad de mi vida preocupándome por cosas que jamás ocurrieron”
Qué afán tenemos por comernos el coco.
En un programa de televisión le preguntaban a un señor: “¿Le preocupa a usted la crisis?” a lo que el señor respondió: “No. No soy el que la causó, ni soy parte de la solución”. Se me quedó grabado a fuego. Tenía razón.
Lo más importante para evitar la preocupación es vivir el presente. En el libro -Mis zonas erróneas- hay un claro ejemplo que logrará convencernos.
Un señor que estaba de veraneo entró en una sauna y allí coincidió con otro señor que empezó a hablar largo y tendido sobre todas las cosas que le preocupaban, una de ellas era las fluctuaciones de la Bolsa. Decía que lo peor estaba por llegar, que en seis meses habría un colapso total y sería el caos. El primero de ellos tomó buena nota de cuáles eran las cosas de las que tendría que preocuparse y se fue. Jugó al tenis durante una hora, disfrutó bebiendo un refresco en el bar, tomó el sol junto a su esposa y unas tres horas más tarde volvió al vestuario a ducharse. Su nuevo amigo seguía allí angustiándose, y preocupándose. Mientras tanto el primer señor había pasado sus momentos presentes estimulantemente vivo, mientras que el otro había consumido los suyos preocupado por diferentes asuntos. Y ninguno de los dos tuvo ninguna influencia sobre los valores de la Bolsa.
Reconocer lo absurdo que resulta preocuparnos, cuando nada va a cambiar como resultado de nuestra preocupación, es el primer paso para superarlo.

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