lunes, 30 de enero de 2012

Piropos

Madrid sigue siendo la capital de las lisonjas. Sus habitantes son chulapos y aduladores. Parece como si fuese algo intrínseco en ellos, como si no les costase esfuerzo porque lo llevan impreso en los genes. Destilan naturalidad y graceja para la zalamería.
Sucede más o menos así: alguien, a quien no conoces de nada, pasa a tu lado y mirándote con un poco de descaro y una media sonrisa en la boca, te espeta una palabra, o una frase, que no esperas ni por lo más remoto.
Yo, tengo que reconocer que reacciono fatal, me pongo nerviosa y roja cual tomate maduro, al principio me siento incómoda y falsamente ofendida, después de un rato: sonrío y me deleito con la tontería.
Quizá todo fuese más fácil si no necesitásemos el reconocimiento de los otros pero nos gusta ser admirados.
Uno se alegra cuando le dedican palabras bonitas sin tener por qué.
Llamadlo vanidad, inseguridad o baja autoestima, me da igual.
¿Nos hace o no nos hace sentir bien?
Pues, como tarea para hoy, os propongo que practiquemos más asiduamente el halago. Probad y decidles cosas que acaricien el alma a vuestros seres queridos, sólo así comprobaréis el buen rollo que eso crea.

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