sábado, 25 de febrero de 2012

Palabras

En la Edad Media la palabra de una persona era sagrada. Se hacían pactos valiosísimos sellados de viva voz, en los que te comprometía el honor, sin papeles de por medio. Escaseaban los eruditos que pudiesen leer y escribir pero todo el mundo sabía hablar. Las promesas de un hombre eran lo más importante.
Ahora las palabras se las lleva el viento. Nadie se fía de los contratos verbales, lo queremos todo por escrito, firmado, revisado, atestiguado, testificado cien veces, fotocopiado, compulsado, rubricado…
Es bastante obvio que me gusta escribir. Desde muy niña cuando alguien me preguntaba ¿qué quieres ser de mayor? siempre respondía lo mismo: “escritora”. No sé por qué pero me cuesta mucho menos expresarme con el lápiz que con la lengua. Con diez años mandaba cartas a mis primos, a ellos les gustaba recibirlas pero no tanto contestarlas. Yo deseaba con tanta vehemencia sus misivas que si abría el buzón y lo encontraba vacío sabía lo que era la frustración.
Las generaciones actuales parecen haber recuperado ese espíritu literario que yo tanto echaba de menos en la gente. La mayoría utiliza los sms, los mails, los chats, los whatsapps…que cuando aparecieron creí condenados al fracaso.
Y ¿qué decir de los blogs? ¡Un hurra por el que los inventó! Son como diarios que han dejado de resultar personales para pasar a ser leídos indiscriminadamente. Mi intención es seguir disfrutando a tope de esta nueva tecnología y sentirme en mi salsa un montón de tiempo más. No es una amenaza pero: preparaos.

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